La gesta del marrano by Marcos Aguinis

By Marcos Aguinis
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No quiere venir. —¿No quiere venir?... —Insiste en que es inútil. Que sería peor. —¿Fray Isidro no quiere venir? —repitió Isabel, tan incrédula como el resto. —Dice que no es familiar, ni siquiera dominico. Su intervención complicaría las cosas. —Nos abandona... —tembló Isabel. —Es prudente —justificó la madre—. Ve mejor que nosotros. , con esos ojos de diablo! —exclamó Diego. —¿Hijo! —¿Es un cobarde! ¡Un traidor! El soldado cambió de posición. Los familiares se desplazaron nuevamente hacia él.
Permanecen en silencio. ) agresión del prisionero engrillado. 21 En la casa se expandió el clima de duelo. Por más que Aldonza era cristiana vieja y lo podía atestiguar con holgura, se había unido en matrimonio a un cristiano nuevo que ahora iba a ser juzgado por el Santo Oficio. Sus cuatro hijos portaban sangre abyecta. La vivienda fue rápidamente desmantelada. Fray Bartolomé dirigió con minuciosidad el despojo. Todo reo de la Inquisición insumía gastos —explicó—: viaje, alimentación, vestimenta, y en Lima debía pagarse el mantenimiento de la cárcel, la fabricación y reparación de los instrumentos de tortura, el salario de los verdugos y el costo de los cirios.
Una llave gira. Bajan la tranca exterior. Los pasos se alejan. Francisco palpa el húmedo revoque. No hay ventana, ni poyo, ni mesa, ni jergón. El piso de tierra apisonada, irregular y desnudo, lo invita a sentarse, a esperar. Deberá esperar muchas horas, quizá días. Esperar agachado, ciego e inerme el feroz salto del puma sobre su nuca de burro tenaz. 13 Llegaron a Santiago del Estero antes del anochecer y acamparon a la entrada de la ciudad. El bullicio era semejante al que animaba la gran plaza junto a la ermita de San Judas y San Simón en Ibatín.